Mis dos gatos, Vicente, macho de dos años y medio, y Lavanda, hembra de 9 meses, estaban acurrucados juntos en el sofá y escuché su conversación.
Vicente estaba acicalando las orejas de Lavanda, y ella le preguntó: “¿Siempre viviste con nuestra mamá humana?”.
“No”, respondió Vicente. “Ella no fue mi primer humano”.
“Entonces, ¿cómo llegaste a vivir con ella?” preguntó Lavanda, acurrucándose en el cuello de Vicente.
“Una pareja buscaba a su gatita perdida y a mí me encontraron vagando por las calles. Yo era muy joven entonces, tal vez 4 meses de edad. Encontraron a su gatita y también decidieron llevarme a casa a vivir con ellos. La otra gatita era muy bonita, pero yo no le caí bien. Creo que la llamaron Bila. Bila siempre estaba enojada conmigo”.
“Entonces, ¿ella no te dejó que la acicalarlas como yo lo hago?” Le dijo Lavanda mientras estiraba sus patas delanteras sobre la barriga grande de Vicente.
“No. No pasaba mucho tiempo en la casa de la pareja, excepto para comer. Nuestra mamá humana era su vecina, y la encontré cuando yo daba vueltas por los techos y terrazas con los otros gatos del vecindario”, relató Vicente mientras se acercaba a Lavanda para lamerle la cara. “Cuando encontré a nuestra mamá humana, ella ya tenía un gato mayor y había comida muy buena que compartía conmigo y con los otros gatos de la terraza. Así es como nos llamó, Los Gatos de la Terraza.”
“Me sentí cómodo en su casa. Me dejaba saltar en su regazo y dormir cuando quería. Un día, la pareja tuvo que mudarse de casa, muy lejos; entonces nuestra mamá humana decidió que podía vivir con ella, ya que de todos modos siempre estaba allí”, ronroneó Vicente. “Marty, era su otro gato, no era muy amigable, pero no se opuso a que yo estuviera en la casa. Esa era una casa diferente a la que vivimos hoy”.
“¿Qué le pasó a Bila?” preguntó Lavanda.
“Bila también encontró otro hogar. Escuché que ahora está más feliz”, dijo Vicente entre lametazos.
“Un día, nuestra mamá humana nos trajo a Marty y a mí a esta casa, donde vivimos ahora”. Vicente rodó sobre su espalda.
“¿Qué pasó con los otros Gatos de la Terraza?” Lavanda inquirió con preocupación.
“Eran un grupo salvaje. Nuestra mamá humana trató de entablar amistad con uno, Creamy, pero Creamy era la Reina de los Gatos de la Terraza y no quería renunciar a su dominio sobre ellos. Por eso, ella decidió quedarse ahí, respondió Vicente.
“¿Qué le pasó a Marty?” preguntó Lavanda mientras se acurrucaba contra el estómago de Vicente.
“Un par de meses antes de que llegaras, Marty murió. Estaba viejo y enfermo, por eso entiendo por qué estaba tan malhumorado. Fue duro para nuestra mamá humana, pero me aseguré de consolarla cuando estaba triste. Tú eras muy joven cuando llegaste aquí. ¿Recuerdas tu vida de antes?” Vicente preguntó mientras estiraba sus patas traseras a todo lo largo.
“No recuerdo mucho. Yo era muy pequeña”, dijo Lavanda con nostalgia mientras también se estiraba. “Estaba sola con mi hermano cuando una señora nos encontró. Teníamos miedo y hambre. Nos llevó a casa con ella, pero tenía muchos otros gatos que cuidar. Sin embargo, era mejor que estar solos, y además había otros gatos para jugar y comida”.
“Mi hermano se fue a vivir con otra persona. Entonces, un día, la señora me envolvió en su chaqueta y salimos de la casa. Caminó conmigo hasta una plaza grande con mucha gente. Recuerdo oler a gorditas y tacos. Ahí fue donde conocí a nuestra mamá humana. Ella me puso en un portamascotas y me trajo aquí”. Lavanda comenzó a acicalar el cuello de Vicente.
“No sabía a dónde iba, ni qué iba a pasar. Entonces, de repente, ya estaba aquí y te conocí. Eras mucho más grande que yo. Pensé que me ibas a comer”, dijo Lavanda mientras mordía juguetonamente el cuello de Vicente.
“De ninguna manera. Prefiero la comida normal para gatos. Estaba feliz de por fin tener a alguien con quien jugar”, gruñó Vicente mientras derribaba a Lavanda.
En un instante, Lavanda se soltó y salió corriendo escaleras arriba con Vicente detrás de ella.
Traducido por Liz Carranza, la secretaria de Amigos de los Animales de Guanajuato.