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Enseñando a tu perro a hablar

Esta es una historia de mi perra Didi. Tenía temor de que pudiera ser otra preciosa historia de perros, pero, tal como resultó, no es preciosa en absoluto. Esto es probablemente bueno, ya que, como escritor no me sale bien lo “precioso”. El comienzo de la historia es bastante verdadero y del resto no estoy completamente seguro.

Hace casi nueve años había una lastimosa perrita que vivía frente a la Comercial Mexicana. Ella vivía de los desperdicios de las mesas y bebía de la fuente frente a la tienda. La había observado durante casi un mes. Ella estaba allí todos los días. Parecía estar casi muerta. Se podían contar las vértebras de su cola. No tenía pelo en el vientre. Tenía las orejas sin pelo y toda ella parecía un cuero negro. La llamé Dolores, porque parecía tan triste. Para propósitos de brevedad y entrenamiento la llamamos usualmente Didi.

Empecé a formar un vínculo con esta pobre perrita una semana después de que la vi por primera vez y este creció a medida que pasaban las semanas. Finalmente decidí adoptarla. No era un momento conveniente, ya que Linn y yo estábamos a punto de salir de la ciudad por dos semanas, pero pensé que pudiera estar muerta cuando regresáramos y eso habría sido muy duro para mi emocionalmente, ya que me sentía cada vez más unido con ella.

Cogí un trozo de cuerda para usarlo como correa, compré algunas galletas para usarlas como carnada, y dejé a Linn estacionada en el vehículo a cierta distancia con el motor en marcha. Traté de conseguir que la pobre perrita agarrara las galletas, pero ella era cautelosa. Ella sólo venía a comérselas cuando me distanciaba bastante. Traté de acercarme a ella, pero era muy evasiva.

Para entonces ya había atraído a una multitud de mujeres esperando con sus bolsas de compras, que debían haber estado pensando, “¿Qué está tratando de hacer este gringo loco?” Finalmente, me sentí frustrado e hice un lazo, giré la cuerda alrededor de mi cabeza varias veces, y la pesqué. Inmediatamente dejó escapar un grito agudo y penetrante. Las mujeres con sus bolsas de compras se alejaron en todas direcciones, pero me sentí victorioso. La jalé, todavía gritando, y la levanté. Olía como si ya estuviera muerta.

Traté de caminar con ella, pero no podía, así que la llevé alzada a mi vehículo. La llevamos directamente al veterinario y la dejamos allí en pensión y tratamiento las dos semanas que estuvimos fuera. No estábamos seguros de que pudiera sobrevivir.

Resultó que sí, sobrevivió, y con el paso de los años desarrolló un hermoso pelaje atigrado de negro y marrón, y una personalidad encantadora. Ella es muy inteligente y generalmente se porta bien.

El comportamiento del que quiero hablar comenzó hace muy poco. Mi amada perrita y yo nos mirábamos a menudo a través de un abismo invisible, al parecer ambos deseando poder comunicarnos más directamente. Ella parecía tener cosas importantes que decir, y yo deseaba poder expresarme mejor. Pensé que sería maravilloso si ella pudiera hablar.

Lo que sucedió después se ha velado algo en mi mente. Recuerdo claramente que tuve un sueño. Esto no era inusual ya que generalmente tengo sueños vívidos y extraños. Pero este sueño parecía fusionarse con la realidad a la perfección. No recuerdo cómo comenzó o terminó, pero resultó en un intercambio verbal a menudo agresivo entre mi perrita y yo.

Yo le estaba diciendo: —¡Tú perrita dingo con cara de murciélago!—. A menudo la llamaba así porque su rostro se asemeja al de un gran murciélago de frutas y a menudo la confundían con un dingo.

Ella respondió: —¡Y tu bípedo de cara chata y pálida!—.

Le dije: —Tenía esperanzas de que cuando aprendieras a hablar tendríamos intercambios interesantes y significativos, y aquí nos estamos insultando. Pensaba que cuando iríamos a pasear compartiríamos observaciones inteligentes—.

—¡Harrumph!— dijo ella. Yo no sabía que una perrita podría decir “harrumph”.

—Supongo que piensas que jalándome por el cuello es pasar tiempo de calidad juntos. ¡Oh qué divertido! Además, el tenor de nuestras conversaciones es culpa tuya,— me dijo, —me enseñaste a hablar, pero no me educaste adecuadamente—.

—La educación es en gran parte responsabilidad del individuo,— repliqué. —La experiencia de vida y la lectura son muy importantes.—

—Bueno, claro, puedo leer,— dijo. —Pero hay un pequeño problema que puedes haberte pasado por alto en tu antropomorfismo compulsivo.— Levantó la pata y dijo: —Mira, ¿sabes, en tu sabiduría humana, que algo falta aquí? ¿Qué tal un pulgar oponible? ¿Cómo se supone que debo hojear las páginas?—

Tenía razón, así que traté de cambiar de dirección. —Hablemos de política, — le dije.

—No creo que quiera hablar de política contigo. —

—¿Por qué no?— pregunté.

—Puede que no te hayas dado cuenta de que durante años he estado escuchando tus diversas conversaciones.—

—Oh, ¿y qué aprendiste de esto?— pregunté.

Ella me lanzó una especie de mirada depredadora y me dijo: —Creo que la mayor parte del tiempo tu cerebro derecho inventa tonterías, y tu cerebro izquierdo se las cree.—

No tuve respuesta.

—OK, política,— dijo ella. —¿Qué tal los derechos reproductivos? Dio la casualidad que la semana pasada tu periódico estaba abierto en un artículo sobre el Día Internacional de la Mujer. Estaba enfocado en los derechos reproductivos. Parece que recuerdo que hace algunos años me llevaste al veterinario. Me examinaron, luego me quedé dormida, luego cuando me desperté me faltaba el imperativo biológico. ¿Dónde estaba el documento legal con un pequeño cuadrado para la impresión de mi pata que indicara mi consentimiento a este procedimiento? ¡No había ninguno! Creo que esto fue una violación flagrante de mis derechos reproductivos y de mí misma como hembra.—

Me sentí bastante a la defensiva y dije —Hablemos de otra cosa—.

—Ustedes liberales me ponen enferma. Tan pronto como alguien señala una falla en su punto de vista, intentan cambiar el tema.—

Me pregunté seriamente de dónde saqué esta idea de enseñar a hablar a un perro. Seamos realistas, ella me estaba destrozando. Estaba agotado.

Pero ella no estaba dispuesta a dejarme salir del anzuelo y me dijo: —Bueno, entonces, hablemos de religión—.

—Ese tema está plagado de peligros.— Le dije: —La mayoría de la gente lo evita—.

—Bueno, para los humanos eso es cierto, pero para los perros es mucho más sencillo.—

—¿Cómo es eso? — pregunté.

—Los perros sólo tienen un Dios. El DOG GOD es infinitamente sabio. Incluso se dio un nombre que es un palíndromo, de modo que de cualquier dirección que te lo mires, todavía es el DOG GOD. Hacia adelante es DOG GOD y al revés es DOG GOD.—

—Qué inteligente de él,— dije. —¿Qué significa DOG GOD para ti?—

—Bueno, yo rezo y recibo una respuesta.—

—¿Por quién oras?—

—Yo rezo por el gato. Yo rezo por ti. Oro por las pulgas y las garrapatas.—

—¿Qué tipo de respuestas obtienes?—

—DOG GOD es infinitamente sabio, así que no hay respuestas. Solo hay una respuesta.—

—¿Quieres decir que sólo hay una respuesta a todas las oraciones?—

—Sí.—

—¿Cuál es?—

—Siempre dice ‘Consíguete una vida’.—

—¡Guau! Eso es sabiduría.—

Finalmente, pensé, nos estábamos metiendo en cosas interesantes, pero yo estaba emocionalmente agotado. Le dije: —¿No podríamos llegar a algún tipo de acuerdo negociado sobre nuestras diferencias? Estoy cansado de tanta discusión.—

Didi pensó un momento y dijo, —Claro, hay dos cuestiones que me gustaría poner en la mesa: Número uno, no más subproductos de carne molida con mis croquetas en la noche. Yo preferiría trozos de pollo fresco y croquetas, preferiblemente a la temperatura de mi cuerpo. Número dos, el gato tiene que irse.—

Creía que esto era un punto de partida razonable para la negociación. Pensé un momento, luego dije: —Acepto tu primera condición, pero el gato se queda. Tranquilízate con el gato.—

Didi me miró con esa mirada benevolente que casi había olvidado. Ella se sentó y extendió la pata y dijo, —Da la mano.—