Por Mochi, como se lo dijo a Sarah Anne Kulla
Estoy durmiendo junto a la cálida computadora, arrullada por el clic clic que produce la escritura de mi humana. Siempre. Siempre estoy junto a ella, mi humana es mi mamá y estamos conectadas a nivel físico, espiritual y emocional. Mi cuerpo peludito, de colores caparazón de tortuga, es prácticamente otro brazo u otra pierna para mi mamá humana: estamos unidas, aunque no siempre fue así.
En un sueño, en el que escucho el chasquido del teclado, empiezan a pasar por mis ojos, cerrados, algunas imágenes de mi pasado. Tenía tanto frío y tanto miedo. Yo era diminuta, del tamaño de un aguacate y mucho más frágil. Corría alrededor de un edificio de cemento con máquinas que zumbaban y zumbaban, generando electricidad. No sé qué le pasó a mi madre biológica o a mis hermanos y hermanas, pero estaba bastante sola y asustada.
A mi alrededor, hombres con uniformes de mezclilla, en sus camisas habían letras rojas bordadas que decían: CFE, usaban botas de cuero marrón, los hombres estaban demasiado ocupados para verme, yo gritaba con mi vocecita, maullando por la habitación, mientras pasaban por encima o me rodeaban, ignorándome. Era invisible para la mayoría de ellos, ¡hasta que encontré a alguien que pudo verme!
Su cabello era castaño, largo hasta los hombros, el cual cubría con un gorro negro, también escondía debajo de sus mangas largas los coloridos tatuajes de sus brazos. Cuando me miró, pude ver sus ojos curiosos llenos de amor, al tomarme sentí sus cálidas manos.
–¿Usted me puede ver?, le pregunté.
–¡¡¡¡AYÚDAMEEEEEEE!!!!, grité con mi vocecita más fuerte.
Me dio un poco de leche, lo único disponible y ¡wow, me encantó!, luego me puso en una pequeña cabina de peaje, donde esperé el resto del día, seguí llorando y esperando, sin saber lo que venía para mí. Afortunadamente, solamente quedaban un par de horas de espera antes de descubrir que mi vida cambiaría para siempre: estaba a punto de encontrar a mi FAMILIA.
Al llegar a casa escuché unas barras de metal que crujían, después de ese susto vi, por primera vez, a mi madre humana. Ella no sabía que yo venía, al mirarme suspiró y de inmediato acunó mi pequeño cuerpo entre sus brazos:
—¿Trajiste a casa una gatita? ¡Es tricolor!
—La encontré en la planta. ¡Mira qué pequeña es!, ¡Quedémonos con ella!—dijo mi salvador y nuevo padre humano.
Cada día crecía más fuerte, con nutrición, atención veterinaria y amor. Tomé siestas largas y curativas, acurrucada en el cuello de mi mamá, yo era su cálida bufanda ronroneante. Recuerdo la sensación de mi pequeño cuerpo relajándose y pasando de sobrevivir a prosperar. Me gusta montar en los hombros de mis humanos, quienes me llevan a todos lados, incluso a lugares que nunca pude haber imaginado—lugares lejanos de donde me encontraron.
¡¡¡Hoy soy la Princesa Mochi y soy amada!!!
Traducción por Sarah Anne Kulla