De nuestros archivos:
Los médicos nos dijeron que nos deshagamos de nuestras mascotas

Cuantas veces me ha tocado escuchar esto, “Necesito deshacerme de mi mascota porque el doctor me lo dijo”.

Yo sé que existen dolencias que pueden ser agravadas por nuestras mascotas, pero no todas ni cualquiera. Sin embargo, tristemente me doy cuenta de que esta recomendación es muy común, sobre todo de los médicos que no aprecian a los animales, ya sea porque ignoran el tema, no los conocen como compañeritos o simplemente porque no les gustan.

Quiero compartir una experiencia que me dejó una fuerte impresión. Hace tres años murió mi padre, un hombre excepcional. Tenía más o menos cinco años que lo diagnosticaron con una enfermedad, Shy-Drager, tan poco común que entonces sólo se sabía de cinco casos más en México. Esta enfermedad destruía el sistema nervioso autónomo; esto incluye el control de su temperatura corporal, su presión arterial y poco a poco todas sus funciones corporales, desde caminar hasta comer.

Cuatro años antes de su muerte la enfermedad afectó su intestino, y tuvieron que hacerle una colostomía. Estando internado tuvo complicaciones y se le hizo una traqueotomía. También le pusieron una sonda por la nariz para que pudiera comer, y otros detalles más.

Pasó aproximadamente tres semanas en el hospital y lo dejaron salir porque debido a su condición se consideró más peligroso que permanecer que irse.

Durante estos últimos años de su vida mi padre permaneció en casa y en cama, por temporadas requería de oxígeno también, sin poder mover más que los ojos y ligeramente los dedos, pero con la mente perfectamente lúcida, y con un sentido del humor fantástico, aunque en ocasiones tenía todo el derecho a sentirse molesto.

Javier Salido Torres

Les cuento todo esto para que tengan una pequeña idea de su estado de gravedad. Durante todo este tiempo fue atendido por su cardiólogo, gastroenterólogo, neurólogo, otorrinolaringólogo, en fin, todos los “ólogos” que hicieron falta más uno que otro dentista y enfermeros.

Durante este tiempo también convivieron, con mi madre y con todos que íbamos por la casa, Gala y Tomás. Gaya era la perra de mi hermana y Tomás era su gato adoptivo; ambos tenían las características de sus especies.

Lo que les quiero decir es que también durante todo este periodo que mi papá permaneció en su delicada condición, y dolorosamente viéndolo deteriorarse cada día un poco más devorado por esa maldita enfermedad, atendido por toda esta gente tratando de ayudarlo a sobre llevarla, nunca en ningún momento su estado fue empeorado por la presencia de estos dos seres. Ninguno de los especialistas ni las personas que nos apoyaron pidieron que estos se fueran de la casa como tampoco que fueran relegados a un patio. Simplemente todos tomamos las medidas de salud y control adecuadas y razonables con ellos, siempre limpios, desparasitados, y vacunados sin exageraciones, lavarse las manos, sólo lo normal.

Nunca, en ningún momento,

fue empeorado por la presencia

de estos dos seres.

Mi hermana tuvo que regresar a su familia en DF y se llevó a Gala y Tomás porque eran de ella. Cuando se fueron, mi padre me pidió que le consiguiera otro perro para él. Así llegó a la casa nuestra querida Lola, una perrita negra adoptada en Guanajuato.

Muchas veces también las personas dicen que ya no quieren a las mascotas porque son más que hacer, pero en el caso de mis padres yo puedo afirmar que estos animalitos, cada uno en su momento ayudaron a romper rutinas y distraernos con sus quehaceres perrunos y gatunos, aparte de su desinteresada y cariñosa compañía.

Mi padre pudo escapar de su miserable prisión hace tres años. Afortunadamente, mi madre aún cuenta con el cariño incondicional y la compañía de Lola, quien la sigue por la casa todo el tiempo y le recuerda con un leve “gruuuu” cuando es hora de irse a la cama por la noche.

Me despido pidiendo atentamente a todos, que consideren muy bien la decisión antes de regalar a su perro o gato, porque independientemente del cariño que nosotros podamos tener por ellos, para ellos somos su familia. El acto más cruel es abandonarlos.